LOS SACERDOTES ABREN SU VENTANA:

ESCOGIDO PARA   APLAUDIR

El pequeño Johnny estaba siendo sometido a unas pruebas para conseguir un papel en una obra de teatro que se iba a representar en la escuela. Su madre sabía que el muchacho había puesto en ello toda su ilusión, pero ella temía que no   iban a escogerlo.

El día que se repartieron los papeles, Johnny   regresó corriendo de la escuela, se echó en brazos de su madre   y lleno de orgullo y de excitación, le gritó: «¿A que no sabes una cosa?” “ ¡ Me  han escogido para aplaudir!».

Comenta Tony de Mello[1]

“Del informe escolar de un niño: Samuel participa estupendamente en el coro del colegio escuchando con mucha atención”.

A lo primero, se me ocurre una observación lejos de mí: cuando me siento delante del televisor para oír las noticias – no tengo más remedio que estar al tanto de la vida de la gente –, me sorprende la vida parlamentaria del país tan agitado actualmente. Y observo la cantidad e intensidad de los aplausos. Mano sobre mano, sobre la mesa, a veces con los pies.

Sea sensato lo que diga el orador o lance unas burradas de caballo, su grupo aplaude rabiosamente. Parece una competición de niños a ver quién grita más, es más original y más  certero en el  ataque al contrario-enemigo.

Nunca he visto, al menos yo, que se aplauda al de otro partido. Diga lo que diga, no me interesa. O sí: estoy atento a lo que el otro exponga (lo que diga) para rebatirlo y posteriormente oír embelesado a los que me aplauden…

Pero dentro de mí, también me siento en la cómoda decisión de aplaudir a los míos, a los de mi grupo, parroquia, partido, religión, raza.

Pensar, reflexionar, cotejar lo que veo con mis valores, o los del evangelio, ME ESTÁ PROHIBIDO. Me han enseñado a aplaudir, no a pensar.

Tal vez tenga razón el Papa Francisco cuando nos exhorta al discernimiento, a vivir en profundidad evangélica, a meternos a fondo en nuestra calidad de hermanos, de hijos de Dios. Y convencernos de que la verdad está muy repartida, que no es exclusivamente mía. Y que hay una prueba del 9: cuando Jesús dice que Él es la verdad, el camino y la vida…(Juan 14,6)Y un texto de santa Teresa: “la verdad padece, pero no perece”.

Y yo, a mi pesar, en muchas ocasiones, creo, confío, me fío de Jesús. O, más bien, quiero, deseo, me ilusiona creer más en Él que en mi…Reconozco que es difícil, porque nos han enseñado en nuestra sociedad a aplaudir, a los míos, a los sabios, a los poderosos, a los de mi partido. Jung cataloga a Jesús como paradigma de “el solitario”. Y la soledad es “mu” mala…

Me queda una solución:  el buscar, llamar, pedir… (Lucas 11,5-13)

 

Leonardo Molina S.J.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¡Conéctate con tu parroquia!