ENCONTRAR EL REINO DE DIOS
¿Era el propósito de Jesús establecer el Reino de Dios en la tierra, o enseñarnos a encontrarlo? La respuesta a esta pregunta es importante para entender las referencias que aparecen en el Evangelio sobre el Reino, muchas veces denominado de los Cielos por el respetuoso temor de los judíos a nombrar a Dios.
El Reino de Dios es comparado por Jesús con un tesoro escondido en el campo y con una perla de gran valor (Mt. 13,44-46); y en ambos casos quienes lo descubren venden cuanto tienen para comprarlo; también con algo que nace muy pequeño (un grano de mostaza) y se convierte en un gran árbol en el que anidan las aves (Mt. 13,31-35); y se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa.
Estamos hablando de un Reino que no es de este mundo (Jn. 18), Jesús no bebería vino –antes de su muerte- hasta que lo bebiera “nuevo” en el Reino de Dios (Mc. 14,25); pero, sobre todo, no se podrá decir que esté aquí o allá, porque está dentro de nosotros (Lc. 17,21); y ni es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos, 14, 17).
Lo que dice la Biblia del Reino de Dios parece un conjunto de adivinanzas, pero más bien se trata de un lenguaje mítico, porque es complicado entender las cosas de Dios para la limitada mente humana.
El Reino de Dios no se encuentra en un lugar físico, está dentro de nosotros; y no es fácil de encontrar porque “el hombre animal –el que vive de tejas abajo- no percibe las cosas que son de Dios” (1 Corintios, 2, 14). Es algo sobrenatural que habita en nosotros y, por tanto, nos constituye en nuestra dimensión espiritual (por tanto, también después de nuestra muerte); y lo vamos conociendo más en la medida en que aumenta en nosotros la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo.
Cuando los fariseos le preguntan a Jesús en qué momento iba a llegar el Reino de Dios, les contestó: “La llegada del Reino de Dios no está sujeta a cálculo ni podrán decir: míralo aquí o allí; porque mirad, ¡Dentro de vosotros está el reinado de Dios!
Volviendo a la pregunta inicial, parece que Jesús, más que otra cosa, pretende hacernos ver una verdad que no habíamos descubierto: el Reino de Dios está dentro de nosotros.
¿Y a qué alude el Reino de Dios?: “La expresión ‘Reino de Dios’ –como tantos otros términos que podamos utilizar, dentro o fuera del lenguaje estrictamente religioso- alude a la dimensión última de lo Real, a ‘lo que es’ y, por ello mismo, a nuestra verdadera identidad. Y de ella se dice que es amor. Lo Real es amor porque es verdad. Se trata de dos perspectivas diferentes desde las que nuestra mente puede nombrarlo. El hecho de que lo Real sea uno significa que no existe nada separado de nada. A esta no-separación puede llamársela, con razón, amor”.
Enrique Martínez Lozano, autor de estas palabras nos anima con ellas: a vivir conscientemente en la certeza de ser uno con todo lo Real para llegar a la plenitud; a pasar del pensar al entender, de la mente a la consciencia, de la idea de la separación a la vivencia de la unidad. Así, descubriremos el peso enorme que tienen los pensamientos y el modo errático como nos conducen e introducen en sufrimientos totalmente inútiles.
Con esta comprensión del Reino todo cuadra. Las Bienaventuranzas no serán entendidas como promesas consoladoras para la otra vida, sino como camino para este mundo. Bienaventurados los pobres de espíritu –los que son capaces de soltar todo aquello con lo que se han identificado, excepto con lo que somos, que es lo único que no podemos soltar: la consciencia de ser-. De ellos es el Reino de los Cielos.
El silencio, la meditación, la oración contemplativa, constituyen la senda que nos lleva a entrar en contacto con nuestra verdadera identidad, con lo que es, con el Reino de Dios. Por eso, “buscad el Reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura” (Mt. 6,33).
Ignacio G.