EL GRUPO DE MEDITACIÓN ABRE SU VENTANA:

En el ser humano siempre ha anidado el deseo de controlar al otro. El pecado de la idolatría es, precisamente, crearnos nuestro dios a nuestra propia imagen y semejanza. En lugar de encontrarnos con Dios en su asombrosa diferencia con nosotros, construimos un modelo adaptado a nuestra propia imagen psíquica y emocional. Al crear esta imagen, nos degradamos y nos dispersamos al renunciar a todo el potencial divino que poseemos a cambio del falso brillo del becerro de oro. Afortunadamente, no llegamos a dañar a Dios, puesto que la irrealidad no tiene poder sobre la verdad. 

La verdad es mucho más conmovedora, mucho más maravillosa. Experimentamos esta verdad en el silencio de nuestra meditación. El silencio permite que emerja la verdad y que se eleve y se haga visible a nuestra experiencia. Entonces, llegamos a saber que es más grande que nosotros y, alcanzando una humildad inesperada, dejamos atrás el yo y entramos en un verdadero silencio atento. Así, permitimos que la verdad sea.

Igual que somos capaces de reducir a Dios a nuestro propio tamaño e imponer nuestra propia identidad, también lo hacemos con los demás. En la meditación, por el contrario, desarrollamos nuestra capacidad de volver todo nuestro ser hacia el Otro. Aprendemos a dejar que nuestro prójimo sea, así como aprendemos a dejar que Dios sea. Aprendemos a no manipular a nuestro prójimo sino a respetarlo, a reverenciar su importancia y a valorar la maravilla de su ser. En otras palabras, aprendemos a amarlo. Por ello, la oración en el silencio es la gran escuela de la comunidad. 

“La Comunidad Cristiana” Extracto del libro de John Main OSB “Hambre de Sentido y Profundidad” (Singapur: Medio Media, 2007) Págs. 143-4

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