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El sentido de la vida y las relaciones personales

Todos nacemos con el conocimiento, a nivel profundo, del sentido de nuestra vida. Pero la mente discursiva no tiene acceso a este conocimiento. Sólo a través del silencio de la oración contemplativa podemos entrar en él. A través de nuestra inteligencia intuitiva, y de forma experiencial, descubrimos este significado que siempre ha estado presente en la profundidad de nuestro ser, donde permanecemos unidos al Amor Divino. Este conocimiento experiencial impregna todo nuestro ser y nuestra relación con los demás y con la creación. Como dice el padre Laurence Freeman en su libro “Jesús el Maestro Interior”: «Por el amor nos reintegramos en la comunidad del universo a la que pertenecemos».

Esta forma de ser no depende de las circunstancias externas. Viktor Frankl en su libro “El hombre en busca de sentido” describe una situación en el campo de concentración en el que estuvo prisionero durante la Segunda Guerra Mundial: “Nosotros, que vivimos en campos de concentración, podemos recordar a aquellos hombres que caminaron por los barracones consolando a otros, regalándoles su último pedazo de pan… El tipo de persona en el que se convirtió ese prisionero fue el resultado de una decisión interna”. Una decisión interna que estaba basada en la experiencia del Amor Divino sentida en el centro de su ser, a pesar de las terribles circunstancias que le rodeaban. Esta conexión con la Fuente les dio la libertad de elegir actuar como verdaderos seres humanos. Ésta es la auténtica libertad, la que da sentido y propósito a todo lo que hacemos y a todo lo que somos. Y siempre es más evidente en nuestras relaciones con los demás y con la naturaleza. John Main también enfatizó la importancia de esta actitud en “El Cristo Interior”: «Solo cuando vivimos en y desde el amor sabemos que la armonía milagrosa y la integración de todo nuestro ser nos hace completamente humanos».

Desafortunadamente, muchos nunca llegan a acceder a este nivel de su ser, tal y como demuestra toda la miseria que existe en el mundo. De hecho, lo que dijo William James a principios del siglo XX sigue siendo muy relevante: “La mayoría de las personas viven… en un nivel muy inferior al de su ser potencial. Utilizan una proporción muy pequeña de su posible conciencia y de todos los recursos del alma. Es como si un hombre tuviera que acostumbrarse a utilizar solo su dedo meñique, prescindiendo del resto del cuerpo».

La transformación de todo nuestro ser, que incluye nuestra actitud y creencias, es la fase más importante de nuestra vida y es especialmente beneficiosa para el prójimo y para el mundo en el que vivimos. Al cambiar nuestras creencias nos cambiamos a nosotros mismos y, al cambiarnos a nosotros mismos, podemos transformar el mundo. La forma más efectiva de hacerlo, en mi propia experiencia, es practicando la meditación y haciendo que otros sean conscientes del beneficio que la meditación puede tener en su vida.

Cuando se hace hincapié en la meditación como una práctica espiritual, en lugar de un simple método para combatir el estrés, se convertirá en un camino hacia el autoconocimiento y, en consecuencia, permitirá el crecimiento de todo nuestro potencial. John Main dice en “Una palabra hecha silencio”: «Nuestra tarea es encontrar el camino de regreso a nuestro centro creativo, donde se desarrollan la integridad y la armonía, para morar dentro de nosotros mismos, dejando atrás todas las imágenes falsas que tenemos de lo que creemos que somos, o de lo que pensamos que podríamos haber sido, porque tienen una existencia irreal fuera de nosotros».

Esta transformación no nos convierte en otras personas, sino en las personas que realmente somos. Como dijo Jung en “Civilización en transición”: A la pregunta reiterada de “¿Qué puedo hacer? No conozco otra respuesta, excepto ésta: Conviértete en lo que siempre has sido, es decir, en la totalidad que hemos perdido en medio de nuestra existencia consciente civilizada, la totalidad que siempre fuimos aún sin saberlo».

Ignacio Gallego.

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