El Espíritu es la ausencia de ego – el vacío ilimitado donde se halla Dios. El Espíritu llena todo con su vacío y, a la vez, contiene «toda la verdad». Solo el vacío puede contener el todo. Regresando a nosotros en el Espíritu de la verdad, como amigo y maestro, Jesús puede ser divino y humano, histórico y cósmico, personal y universal. Él es la ola y, también, la partícula. Es capaz de ser único en su individualidad y, al mismo tiempo, ser indivisible de la totalidad. Esto hace que su muerte, toda muerte, sea significativa y necesaria.
En el evangelio de San Juan, la Resurrección y la llegada del Espíritu constituyen un solo evento. En la tarde del día de Pascua, Jesús se apareció a los discípulos que permanecían atemorizados y encerrados dentro de una habitación. La primera palabra que les dijo fue “Shalom”. La palabra hebrea que significa paz y que invocaba la bendición para alcanzar la armonía del ser. Shalom fluye directamente de la armonía Divina que es el Espíritu. Recibirlo es compartir esa paz más allá de toda comprensión.
Entonces, Jesús sopló sobre ellos y dijo: «Recibid al Espíritu Santo». Su aliento, que llevó sus palabras a las mentes y corazones atentos de los discípulos, era el vehículo del Espíritu. Después les concedió el poder para perdonar los pecados. Este poder de perdonar es un don del Espíritu porque el perdón elimina todo obstáculo para la comunicación. El perdón cura las heridas, muestra la verdad que nos libera, calma el dolor y la ira, disuelve el resentimiento y logra la reconciliación de los enemigos.
Quien conoce la verdad tiene el poder de perdonar. Aprendemos qué es el Espíritu Santo a través del efecto que tiene en nosotros mismos: un compañero íntimo que libera sobre nosotros, sin cesar, el poder de amar y el poder de perdonar. Aunque está más allá de nuestra visión, lo reconocemos por las huellas que deja en nuestras vidas su paso silencioso, curativo y purificador.
“El Espíritu”- Extracto del libro de Laurence Freeman OSB “Jesús el Maestro Interior”