La práctica diaria y perseverante de la meditación nos abre un camino hacia la realidad. Una vez que descubrimos nuestro lugar, comenzamos a verlo todo bajo una nueva luz porque nos hemos convertido en lo que realmente somos. Y convirtiéndonos en lo que somos, podemos ver todo tal como es y, así también, comenzamos a ver a los demás tal como son.
Aprendemos a través de la práctica y de la experiencia cómo arraigarnos en nuestro ser esencial. Estar arraigados en nuestro ser esencial es estar arraigados en Dios, el creador y principio de toda realidad. Llegar a ser quienes verdaderamente somos, entrar en la realidad, es la experiencia transformadora que nos libera de todas las imágenes que nos atormentan constantemente. Ya no tenemos que ser la imagen de nosotros mismos sino simplemente la persona real que somos.
La meditación es una disciplina exigente. Aprendemos que debemos meditar cada día, independientemente del día que tengamos, de cómo sea el día. En la visión cristiana de la meditación que nos llega de las palabras de Jesús encontramos la gran paradoja que él revela: si queremos encontrar nuestras vidas tenemos que estar preparados para perderlas. Eso es exactamente lo que hacemos al meditar. Nos encontramos porque estamos preparados para soltarnos, para abandonarnos a nosotros mismos y para lanzarnos a las profundidades…a las profundidades de Dios.
Reflexionemos sobre estas palabras de la primera Carta de San Juan sobre el viaje de su vida: «Aquí está el mensaje que escuchamos de él y le transmitimos: Dios es luz y en él no hay oscuridad en absoluto». (Juan 1, 1-5) Ésta es nuestra llamada a entrar en esa luz y dejar completamente atrás toda oscuridad. Y el camino hacia esa luz es el camino de la humildad en el silencio, es el camino del mantra.
John Main OSB “El corazón de la creación: Meditación, un camino para liberar a Dios en el mundo”