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El Reino de Dios en las parábolas de Jesús. VIII Las diez vírgenes

VIII. LAS DIEZ VÍRGENES
«Por tanto, velad, porque no sabéis ni el día ni la hora (Mt 25,13)
 
San Mateo inicia el capítulo 25 de su evangelio con la parábola de las diez vírgenes. Nos dice que se parecerá el Reino de los Cielos a diez vírgenes, cinco prudentes y cinco necias que, tomando sus lámparas,salieron al encuentro del esposo. Las primeras con alcuzas provistas de aceite y las segundas sin provisión alguna. Todas se duermen porque el esposo tardaba, despertando cuando llega. Entonces preparan las lámparas y las necias piden el aceite a las otras, que se niegan a dárselo. Cuando vuelven de comprarlo en la tienda se encuentran la puerta cerrada y las palabras del esposo de no conocerlas.  
El relato no se encuentra nada más que en Mateo. Y aunque éste parece incluirlo entre las de del reino, más propiamente podría estar entre las parábolas de la parusía o de la vigilancia. Porque la Iglesia primitiva vio en el esposo a Cristo, en las vírgenes al pueblo de Israel y, en su llegada a medianoche, su segunda venida, la parusía.  
Xavier Picaza entiende que las diez muchachas son signo de una humanidad y así aparecen vinculadas de un modo íntimo con Dios, esperando las bodas finales de la historia. En el fondo se encuentra el  motivo de Israel como novia/esposa de Yahvé, esposo/novio, un motivo presente a lo largo de la historia desde los tiempos de Oseas, Jeremías y Ezequiel. Pero siendo signo de Israel ellas representan a cada uno de los hombres o mujeres de la humanidad que deben mantenerse preparados para las bodas de Dios.
El Papa Francisco, en una audiencia general de abril de 2013, refiriéndose al “tiempo intermedio” que estamos viviendo (desde la creación humana al juicio final), que proclamamos al rezar el Credo, nos pide estar preparados “a un encuentro, a un hermoso encuentro, el encuentro con Jesús, que significa ser capaz de ver los signos de su presencia, mantener viva nuestra fe, con la oración, con los Sacramentos, estar atentos para no caer dormidos, para no olvidarnos de Dios. La vida de los cristianos dormidos es una vida triste. El cristiano debe ser feliz… ¡No se duerman!”

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