CON LA MUJER DEL PERFUME
«¿A qué viene este derroche de perfume?» (Mc 14,4b)
Cuenta san Marcos (y también san Mateo) que estando Jesús en Betania, en casa del Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro y se lo derramó sobre la cabeza. Este gesto en el Antiguo Testamento era el signo de la unción real, de la sacerdotal, de todo lo sagrado. El Éxodo contiene detalladas instrucciones de Dios a Moisés. La mujer nos está diciendo que Jesús es Rey.
Es un encuentro silencioso. Se miran sin palabras. No hacen falta para expresar el amor de esta desconocida. Jesús miraría a la mujer y ella a Jesús. La mujer suplanta las palabras por los gestos.
El relato no nombra la palabra “unción” en los evangelios, tan repetida sobre todo en la Torá y en los Profetas. Y en el Nuevo Testamento tampoco figura, excepto en la Primera Carta de san Juan. De todas formas, los gestos son claramente expresión de la unción veterotestamentaria.
San Juan nos habla de una cena en casa de Lázaro, en la que Marta servía y en la que María “tomó una libra de perfume de nardo y le ungió los pies a Jesús y se los enjugó con su cabellera”. Aquí se usa claramente la palabra “ungió”. Días después tendrá lugar “el lavatorio de pies” a los discípulos.
No se sabe si ambos relatos provienen de dos tradiciones diversas que se refieren a la misma cena, o son cenas distintas.
Cuando Jesús habla, para defender a la mujer del despilfarro del que la acusan,concluye con unas palabras definitivas: «En verdad os digo que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el evangelio, se hablará de lo que esta ha hecho para memoria suya».
Eso hacemos.