CON LA MUJER ENCORVADA
«¿No era necesario soltarla en día de sábado?» (Lc 13, 16b)
Es un encuentro atípico. Antes de la parábola del grano de mostaza, el evangelista sanLucas introduce el episodio de la mujer encorvada. Pero en esta ocasión no hay petición, ni diálogo, ni persona que interceda por la mujer. En una sinagoga enseñaba Jesús un sábado y ve de pronto a una mujer que llevaba dieciocho años encorvada por una enfermedad. Y se dirige a ella nada más verla y, sin preguntar, sin palabras, le impone las manos y la libera de su mal.
No sabemos el aspecto físico de la mujer, el deterioro al que podía haber llegado. Quizás más lejos de como lo retratan los artistas. Hasta el punto de que a Jesús le llamase inmediatamente la atención y que no necesitase, como otras veces, petición alguna.
La escena la domina la misericordia del Señor. Porque Jesús, como el Padre, tiene el corazón con los necesitados. De ahí le viene a la Iglesia. Dice el Papa Francisco que “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (Bula El rostro de la misericordia, nº 8).
Pero ocurre algo más. El relato anterior es exclusivo de Lucas, pero la enseñanza de la continuación es común a los cuatro evangelios. Al ver a la mujer, Jesús entiende que esa situación no debe durar ni un segundo más, aunque estuvieran en el Shabat. Y el jefe de la sinagoga se indigna porque el sábado ya sabemos que era sagrado. Las críticas por infringir la ley son numerosas en todos los relatos. Las respuestas del Señor pueden resumirse en una de ellas:
«El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27)