Celebramos, como cada año, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El texto bíblico propuesto para la reflexión de 2023 es tomado del libro de Isaías 1, 12- 18: “Cuando venís a visitarme, ¿Quién pide algo de vuestras manos para que vengáis a pisar mis atrios? No me traigáis más inútiles ofrendas, son para mí como incienso execrable. Novilunios, sábados y reuniones sagradas: no soporto iniquidad y solemne asamblea. Vuestros novilunios y solemnidades los detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos me cubro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda. Venid entonces, y discutiremos —dice el Señor—. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana”.
Este texto remarca que la vivencia de la fe debe ir acompañada por una praxis coherente, que el culto a Dios resulta vacío si no va acompañado por la misericordia y la compasión. El profeta denuncia con dureza ese culto externo puramente formal y exige justicia, socorrer al oprimido, proteger el derecho del huérfano, defender a la viuda. También Jesús insistió en que Dios quiere misericordia y no sacrificios, y que es mejor no presentar ninguna ofrenda en el templo si no se está reconciliado antes con el hermano. El decreto sobre la unidad de los cristianos del Concilio Vaticano II recuerda este aspecto esencial de nuestra fe cuando afirma que a la fe en Cristo se une «un vivo sentimiento de justicia y una sincera caridad para con el prójimo» (Unitatis redintegratio n. 23)
Una manera de que avance la unidad entre los cristianos consiste en trabajar juntos por la justicia, en acciones que hagan evidente el deseo de paz y de unidad, consecuencia de la fe en Jesucristo. El Concilio hizo una llamada a colaborar en el campo social a todos «los que creen en Dios y aún más singularmente a todos los cristianos» (Unitatis redintegratio n. 12). Porque hay muchos ámbitos en los que podemos trabajar juntos: la atención a los más pobres, la defensa de la mujer, la lucha contra el racismo, el cuidado del medio ambiente, etc. Los desafíos de nuestro mundo son muchos, y «mientras nos encontramos todavía encamino hacia la plena comunión, tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de Dios a su pueblo colaborando en nuestro servicio a la humanidad» (Fratelli tutti, n. 280). En particular, podemos y debemos trabajar unidos para fomentar la paz y la unidad que Dios desea para todos los hombres.
Es imprescindible la conversión del corazón, volver la mirada a Dios. La raíz profunda de la división es el pecado. Con el pecado se quiebra la relación con Dios y se produce también una ruptura con los otros hombres y con el mundo creado. Por eso se puede hablar de pecado personal y social. Todo pecado es personal, y es también social en cuanto a que tiene consecuencias sociales y repercute de alguna manera en los demás. También hablamos de pecado social cuando se produce una agresión directa contra el prójimo. Ofende a Dios porque ofende al prójimo todo pecado contra el amor al prójimo, contra la justicia, contra los derechos humanos, contra la libertad, dignidad, honor, contra la vida, contra el bien común. El pecado social llega incluso a generar estructuras de pecado. Pidamos al Señor en estos días la conversión del corazón, pidamos que se recomponga la unidad con él y con los hermanos. Oremos con humildad y confianza.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo Metropolitano de Sevilla