¿PADECER O RECHAZAR?
Cuando hablo de sufrimiento, suelen plantearse algunas cuestiones. ¿Por qué nosotros, los cristianos, habríamos de tolerar las injusticias sin defendernos? ¿Por qué habríamos de eludir los problemas, soportando todo pasivamente? ¿No nos volveremos ineptos para la vida si asistimos inactivos a nuestras penurias? ¿No terminaremos por temer los conflictos si no nos confrontamos, si no encaramos nuestras diferencias con los demás? ¿Por qué habríamos de tolerarlo todo sin fijar límites a nada? ¿No es criminal ser espectadores inactivos de las injusticias? ¿Por qué no habríamos de luchar activamente contra la opresión de los pobres? Responderé extensamente a estas preguntas por demás justificadas.
Todo lo que digo aquí debe considerarse desde la óptica de la contemplación. Hay un ámbito exterior de lo cotidiano en el que se es activo tanto el pensamiento como en la acción. En este ámbito lo que importa es lograr resultados. Allí sí que podemos hacer algo, producir algo, influir en otros, luchar y encarar las diferencias. Allí podremos aprender las virtudes, trabajar por lograr cambios personales. Allí podemos organizar actividades políticas y sociales.
Pero hay otro ámbito, el de lo interior de la contemplación, en el que no podemos ni debemos hacer otra cosa más que contemplar, amar, confiar y padecer. Allí no es posible pensar o actuar, mostrar resultados ni alcanzar metas. Ambos ámbitos se dan simultáneamente en la misma persona.
Alguien me hiere en una conversación ¿Cómo reacciono? Puedo responder de la misma manera hiriente o reprimir mi reacción, diciéndome que no he sido herido. En ninguno de los dos casos se da la salvación. La venganza es una reacción hacia fuera y, evidentemente, no trae redención. Más aún: es posible que mi interlocutor responda a mi reacción en forma aún más violenta. Tampoco se redimirá en el segundo caso, cuándo me he tragado la ofensa: ésta se quedará atascada como una espina de pescado en la garganta. Nada se ha redimido, pues tanto la venganza como la represión son formas de evitar el dolor; ambos se hallan en el terreno de la acción: castigo al otro o me castigo a mí mismo.
¿Cómo se produce la salvación? Dejando que la ofensa me toque y diciéndome: “Esto es una ofensa y me duele. Es normal que me duela, puesto que es una ofensa”. Así comienza el sufrimiento. Esto no es actuar, no es pensar. Esto es sólo sufrir. Ha comenzado la redención.
Pregunta para la reflexión
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¿Qué estrategias sueles utilizar para castigarte a ti mismo?
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¿Y para castigar a los demás?