LA ESCUELA DE SILENCIO ABRE SU VENTANA:

Dios invitó a Abrahán a dejar su tierra y a viajar como un extraño. Le otorgó diferentes encuentros con su persona. Por una parte, Abrahán conoció a Dios, más y más, como a su Dios; por otra, vivenció su propia identidad como padre de una gran tribu.

Naturalmente tenía que ser así. Todo encuentro es una relación entre dos polos, en la cual uno se conoce a sí mismo y al otro.

Esto también sucedió con Moisés. Creció en la ciudad del Faraón en un ambiente muy religioso. Templos, sacerdotes, sagrada escritura y ritos eran parte de su vida cotidiana. A pesar de esto, Dios no le habló allí a Moisés. Moisés tuvo que huir y pasó años cuidando ovejas en el Sinaí. La ocupación era monótona. El ajetreo de la ciudad quedó eliminado. Moisés se encontró cada día más a sí mismo. Y llegó la hora en que Dios le concedió a Moisés, en las llamas del zarzal, un encuentro consigo. Dios se manifestó como ”yo soy” (Ex, 3-14) y Moisés vivenció su propia identidad como el hombre destinado a sacar a los judíos de Egipto.

Un encuentro con Dios consiste en el conocimiento de Él y en la vivencia de la propia identidad. Reconocer a Dios en sí mismo y reconocerse en Dios, son dos caras de la misma moneda. No hay encuentro con Dios que no sea simultáneamente un encuentro con uno mismo. Tampoco puede haber experiencia con uno mismo que no brinde simultáneamente un crecimiento y conocimiento de Dios.

 A Moisés, Dios se le aparece en las llamas de una zarza. ¿Y a ti?

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