LAS COMUNIDADES NEOCATECOMUNALES ABREN SU VENTANA:

En este extraño día de esperanzada espera, Sábado Santo, me ha venido a la mente la primavera de 2.013, cuando, acompañado por mi numerosa familia y por mi madre, visité una exposición sobre la Sábana Santa que hubo en el Anticuario de la Encarnación, de Sevilla.

Buena parte de la exposición se basaba en los trabajos de Juan Manuel Miñarro, un catedrático de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla que ha dedicado su obra a plasmar el rostro y el cuerpo del hombre de la Síndone, asistido por los mejores científicos españoles, italianos y americanos y al que el tiempo colocará entre los mejores imagineros de la historia.

La exposición era muy impactante porque te permitía recorrer despacio y en silencio la Pasión de Cristo. Recuerdo bien que casi al final de la misma se había reproducido con fidelidad un sepulcro hebreo del siglo I que me resultó interesantísimo.

Pero lo mejor de todo era lo que cerraba la muestra: en una sala amplia se exponía este Cristo Yacente de Miñarro que muestra la fotografía que se acompaña y que está basado en el hombre de la Síndone. Recuerdo perfectamente el efecto que su contemplación produjo en mí, cómo sentí el impulso de arrodillarme a rezar ante él y que, solo por el pudor de encontrarme en un espacio expositivo, no me atreví hacerlo. Al salir de allí, mi madre me comentó que había sentido ese mismo impulso y yo me sentí reconfortado y orgulloso de la sensibilidad que me había transmitido con sus genes y con sus enseñanzas.

Durante las Navidades de ese mismo año mi madre sufrió un ictus y durante el siguiente verano falleció. Tuve el honor de acompañarla hasta la puerta de la UCI, donde ingresó recitando con fé el salmo 91:

«No temerás los miedos de la noche ni la flecha disparada de día,

ni la peste que avanza en las tinieblas, ni la plaga que azota a pleno sol.

Aunque caigan mil hombres a tu lado y diez mil a tu derecha, su lealtad será tu escudo y armadura».

Esta experiencia y el paso de los años me sirvió para entender como se forja una devoción popular y lo profundamente que se arraigan en las personas porque forman parte de su mismo ser. Sí, soy devoto del Cristo Yacente de Miñarro y de toda su obra, como lo soy de la de Juan de Mesa, porque me acercan a mi madre, porque mi corazón se sobrecoge al contemplarlas y porque me ayudan a rezar.

En este Sábado de Pasión, de espera, de contemplación del Misterio, la comunión de los santos me ha llevado hasta mi madre, primero, y hasta el sepulcro en el que aguardan la única victoria total y definitiva que el hombre haya conocido jamás, después, donde brota la fuente de toda esperanza verdadera para el ser humano, para mí, que sufro por mis pecados y que necesito ser redimido y liberado de ellos.

«Todo se ha cumplido», dijo Jesús en la Cruz, cerrando así la celebración pascual que había iniciado con sus discípulos en el cenáculo. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y el Padre lo resucitará de entre los muertos. Aguardamos su victoria porque la necesitamos, porque la necesito.

Los que nos han precedido viven ya de ella y de algún modo nos lo recuerdan.

Pedro Montero Ruzafa.

minarro

 

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