LOS DIÁCONOS ABREN SU VENTANA:

LOS SANTOS, Y LOS DEMONIOS, DE LA PUERTA DE AL LADO

   Se cumple la cuarentena del encierro, confinamiento, arresto domiciliario, estado de alarma o de excepción, o como quieran llamarle. En todo caso ha provocado una erosión de libertades fundamentales, como las de circulación, reunión y, no la menos importante, la de libertad religiosa (catedral de Granada, Paúles de Sevilla). En medio de esta pandemia han aflorado muestras de  generosidad, y también de egoísmo, de tantos seres humanos, compatriotas nuestros.

   La historia secular del cristianismo está plagada de ejemplos de entrega voluntaria a los seres humanos, de amor a los más débiles y desprotegidos, como en los casos de epidemias de distinta naturaleza, siguiendo el ejemplo del Maestro, que  a muchos hombres, y mujeres, de Iglesia les costó la misma vida.

   Refiriéndonos a tiempos no lejanos, durante la epidemia de la mal llamada “gripe española”, al final de la I Guerra Mundial, en 1918, que se cobró la vida de 200.000 personas, sólo en España, varias religiosas, y seglares, entregaron sus vidas contagiadas por los soldados enfermos a los que asistían en los hospitales de campaña.

   Recordemos el caso emblemático de san Damián de Veuster (1840-1889), el apóstol de los leprosos, víctima de la lepra, contagiado por los enfermos de la isla de Molakai, con quienes se recluyó durante años, y cuya festividad se celebró el pasado 15 de abril.

   Y porqué no tener presente a los religiosos españoles Manuel García Viejo y Miguel Pajares, que regresaron de Africa para morir en su patria, tras contraer el ébola, al contagiarse por atender a los enfermos, en Liberia, en agosto de 2014. Esta fue sólo una muestra de los cientos de misioneros y misioneras en Africa, o en Asia, que sacrificaron sus vidas para salvar las de las personas a ellos confiadas. Todos ellos- en España o en Italia, o en otros países-  son santos de a pié,  por su vida y sus obras, santos de la puerta de al lado a los que se refirió el Papa Francisco en una entrevista publicada el pasado 8 de abril.  

   Como santos de la puerta de al lado considero a todos aquellos que en estos días están exponiendo sus vidas – o incluso perdiéndolas, en no pocos casos- para salvar las de miles de enfermos del coronavirus, como son los médicos, enfermeros, auxiliares de enfermería, celadores, limpiadores, empleados de los supermercados, bomberos, soldados, servidores del orden, poco o mal protegidos por la desidia de las autoridades.

    Pero junto a estos santos, o ángeles, han surgido demonios, ángeles caídos, que han exhibido lo peor de la condición humana: aquellos que señalan en hojas anónimas a vecinos sanitarios, pidiéndoles que abandonen sus casas, para no contagiarlos. O los que han escritos pintadas en sus coches, con la misma petición; o los delatores de aquellos que no han podido soportar el encierro, sin poner en peligro la vida de otros, o aquellos que lanzaron piedras contra los ancianos que huían del contagio en sus residencias, buscando refugio en otras de la Línea de la Concepción. Punto y aparte los sanitarios liberados sindicales que han pensado más en si mismos que en sus compañeros de profesión: en Madrid, unos 300 frente a 143 que sí se han incorporado a los hospitales, para aliviar el esfuerzo de sus compañeros. Una actitud legal pero carente de toda ética de la solidaridad, en unos momentos caóticos. Los nombres de todos los citados seguro que no figurarán en el libro de la vida. 

Miguel Ángel Agea Amador

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