LOS SACERDOTES ABREN SU VENTANA:

JAVIER, Francisco. Santo. Cofundador de la Compañía, misionero.

  1. 7 abril 1506, Javier (Navarra), España; m. 3 diciembre 1552, Shangchuan (Guangdong), China.

Ordenado. 24 junio 1537, Venecia, Italia; últimos votos. diciembre 1543, Goa, India.

A pesar de que sólo misionó diez años, fue proclamado patrono principal de las misiones (Pío XI, 12 diciembre 1927). Es una de esas figuras que por sus características excepcionales atraen la atención de todos, comenzando por sus contemporáneos.   

El hombre. Era hijo de Juan de Jaso, hombre de letras, y María de Azpilcueta. Estuvo muy unido a su hermana Magdalena, dama de la reina Isabel la Católica, y más tarde clarisa. De niño, J conoció la guerra y las penas, perdiendo pronto a su padre (1515). Como clérigo de Pamplona, fue a la Universidad de París en 1525, donde obtuvo (1530) el grado de maestro en artes. En el colegio de Santa Bárbara conoció un amigo providencial, (san) Pedro Fabro, que le ayudó a mantenerse limpio en aquel ambiente. Iñigo de Loyola llegó a Santa Bárbara en octubre 1529, aunque para la «conversión» de Javier hubo que esperar cuatro años.

De carácter tenaz, humilde e infatigable, era emotivo, como aparece en sus cartas, además de activo y contemplativo. Sus viajes constantes, siempre abriendo cristiandades, no respondían sólo a un celo impaciente; hay que interpretarlos a la luz del mandato del Papa, que nombrándole su nuncio le imponía visitar «quam citius» (cuanto antes) todas las regiones e islas del oriente (Paulo III, 27 marzo 1540).

El santo. La muerte de su hermana Magdalena y sobre todo las conversaciones con Iñigo fueron factores decisivos en su cambio, que consistió en la honda experiencia de lo poco que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma. Con otros seis compañeros hizo los votos de Montmartre (15 agosto 1534), y enseguida comenzó los Ejercicios bajo la dirección de Iñigo. Los Ejercicios son el alma de la espiritualidad javeriana: en sus cartas resuena constante el eco de las meditaciones ignacianas. Un amor extraordinario a Cristo, una gran confianza en Dios, que fue creciendo conforme iba perdiendo los apoyos humanos y políticos. Todos sus compañeros hablan de su vida de oración.

Ignacio y J quedaron muy unidos por lazos espirituales. Su primera carta habla de «cuánta merced N. Señor me ha hecho en haber conoscido al señor maestro Iñigo». Ordenado sacerdote, permaneció junto a Ignacio, que lo nombró su secretario en Roma (1539-1540), y participó en las «deliberaciones» sobre el futuro Instituto. Ignacio lo destinó a la India (marzo 1540), en repuesta a las peticiones de Juan III de Portugal y del papa Paulo III. Esta separación física fortaleció la unión espiritual entre ambos. Ignacio le ayudó en todo, y cuando daba órdenes, añadía: «si otro no fuera allá el parecer del maestro Francisco». Cuando llegó la noticia de su muerte, Ignacio tomó la iniciativa para que «se haga la inquisición de las cosas sobrenaturales que Dios obró por él en vida y en muerte».   

Misionero de India e Indonesia. Partió para India el 7 abril 1541 y, tras una parada en Mozambique, llegó a Goa el 6 mayo 1542. En este contexto es de notar el apoyo constante del rey de Portugal. J partió como nuncio apostólico llevando cuatro breves del Papa. Empezó recorriendo la costa de Comorín (octubre 1542-1544), visitó (diciembre 1544-agosto 1545) Ceilán (actual Sri Lanka), Malaca, las Molucas (Ambon, Morotai) y, de nuevo, Malaca (septiembre 1545-diciembre 1547). De vuelta en la India, misionó en la costa de Pesquería, Goa, Cochín, y el 31 mayo 1549 llegó a Malaca con intención de pasar al Japón. En este último año escribió muchas de sus cartas.    

Métodos misionales. En cuanto pudo, aprendió las lenguas, y su opción pastoral fueron los niños. Fundó los kanakappilei o catequistas laicos, casados, que se responsabilizaban de las iglesias. Redactó para los adultos un «modo de rezar», dos catecismos para niños y una instrucción para sus catequistas. En India bautizó a unas 21.100 personas y en Molucas a 5.800. Quedó pesimista sobre el futuro inmediato de vocaciones indígenas y, aunque tuvo algunas discusiones con los brahmanes, no llegó a conocer el corazón de la cultura de India.  

La misión del Japón. Le llevaron hacia Japón unos profundos sentimientos espirituales, el bien universal, y ese deseo de los japoneses de conocer «cosas nuevas de Dios y de otras cosas naturales». Arribó el 15 agosto 1549, junto con dos jesuitas españoles, Cosme de Torres y el H. andaluz Juan Fernández, y tres laicos japoneses. Empezando por Kagoshima, visitó al daimyo de Satsuma (septiembre 1549), e hizo dos viajes a la isla de Hirado (1550, 1551) y a Yamaguchi (octubre 1550, marzo 1551). En Japón bautizó casi mil personas. Su método cambió ahora: comenzó con los señores feudales, quiso visitar al Emperador y dialogó con los bonzos. Si en sus cartas parece condenar al infierno a todos los paganos, aquí, en sus «disputaciones», reconoce que la gente abierta al bien y al mal, si son fieles a Dios «y viven conforme a la naturaleza, Dios les dará la gracia para salvarse». La misión de Japón le fue difícil. No dominó la lengua y pasó por humillaciones. Dejó a sus dos compañeros en Japón (noviembre 1551), y él se decidió por la empresa de la China.   

El plan de China. J vio que para convertir el oriente, y en concreto el Japón, era indispensable comenzar por China. Había oído de los portugueses la maravillosa organización de este imperio, y quiso presentarse como embajador de Portugal en él. Pero las envidias de mercaderes y soldados en Malaca deshicieron el plan. J, con el H. Alvaro Ferreira, el chino Antonio y un indio, navegó hacia la isla de Shangchuan, adonde llegaron en agosto 1552. Por miedo, nadie quiso acompañarle a Cantón/Guangzhou. En una carta-testamento (12 noviembre), escribía: «es mucho mejor ser cautivo por sólo el amor de Dios que ser libres por huir los trabajos de la cruz». La pleuresía arruinó su salud, y en la madrugada del 3 diciembre, en una choza del litoral, murió «mientras el nombre de Jesús no se le iba de la boca».

Cinco portugueses metieron su cuerpo en un arca con cal, y lo enterraron. Después lo llevaron a Malaca y finalmente a Goa, donde fue recibido en triunfo. Gregorio XV lo beatificó en 1619, y lo canonizó, con su Padre Ignacio, el 12 marzo 1622.

OBRAS. I.Epistolae aliaque scripta. II. Scripta varia de Sto. F. Xaverio [=MonXav] (Madrid, 1899-1912). Epistolae aliaque eius scripta, ed. G. Schurhammer – J. Wicki [=Xavier] (Roma, 1944-1945; 1995). Cartas y escritos de S. F. J., ed. F. Zubillaga (Madrid, 3ª ed. 1979). Die Briefe (selec. Múnich, 1950). Zenshokan (Tokyo, 1985). Correspondance (París, 1987). Le lettere e altri documenti (Roma, 1991). The Letters and Instructions (St. Louis, 1992).

BIBLIOGRAFÍA. Azcona, J.M., – Esparza, E., Bibliografía de S. F. de Javier (Pamplona, 1952). Aoyama G., Die Missionstätigkeit des H. F. Xaver in Japan aus japanischer Sicht (Steyl, 1967). BBKL 2:109-111. Brodrick, J., St. Francis Xavier (Londres 1952; trad. esp. Madrid, 196

Leonardo Molina García S.J.

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