En una Iglesia invitada a caminar juntos hemos de cuidar puertas y ventanas.
Se abren para que entre un poquito de aire y todos puedan entra y salir.
La parroquia está llamada a ser prolongación de nuestra casa y familia de familias.
Pasar por la puerta de la parroquia y llenarnos de esperanza debe ser una realidad para los que estamos dentro y otros que puedan venir de fuera. Signos de esperanza y signo de la apertura.
En un mundo donde persisten las incertidumbre, divisiones y crisis globales, este Jubileo es una llamada urgente a mantener puertas y ventanas abiertas.
La esperanza cristiana no es una ilusión ingenua, ni un refugio frente a la adversidad. Es una fuerza interior.
El Papa Francisco recordando una cita de San Isidoro nos decía: “La esperanza viene a ser como el pie para caminar, porque allí donde faltan los pies no hay posibilidad alguna de andar”.
Andamos en esperanza cuando vemos como respondemos a las llamadas de Cáritas; cuando traducimos las bolas del árbol de Navidad en juguetes para los que más necesitan. Abramos la puerta al necesitado de atención material y espiritual.
A nuestras ventanas deben asomarse los niños y jóvenes; los diferentes grupos y comunidades, los talleres de Cáritas, los grupos de catequesis los contemplativos del silencio, las madres orantes, los grupos diversos y complementarios…
La esperanza debe traducirse en acciones concretas que iluminen el presente y abran caminos hacia un futuro mejor lo cual requiere valentía.
La esperanza nos interpela como comunidad parroquial. En 2025 estamos llamados a cruzar la puerta para una renovada esperanza. La verdadera novedad del Jubileo radica en la capacidad de sacudirnos, para transformar nuestra mirada hacia fuera y hacia Dios.
Hoy más que nunca necesitamos abrirnos y abrir caminos de esperanza. La esperanza que no defrauda y nos transforma. La cuestión es: ¿Nos atrevemos?
Vuestro párroco,
Francisco Ortiz Gómez,