CON LA HEMORROÍSA
«¿Quién es el que me ha tocado?» (Lc 8,45)
Es un encuentro forzado por Jesús. En medio de la bulla que le atosigaba, cuando se dirigía a casa de Jairo, siente de pronto que una fuerza sale de él. Sabe o intuye que hay alguien que le necesita y quiere saber, con insistencia, quién ha sido, a pesar de la dificultad de lograrlo, manifestada por los apóstoles.
Los tres evangelios sinópticos relatan el episodio, con distintos matices, intercalado a propósito en otra narración. Se trata de una mujer, que padece flujos de sangre desdehace doce años. Está sufriendo, se ha gastado el dinero en médicos sin lograr la curación. Y, para colmo, es impura según la ley del Levítico. Está desesperada. Se arma de valor y se arriesga a convertirse en una mujer valiente: siendo impura, le va a tocar el manto.
La narración primitiva toma el hecho de tocar el manto de pasajes del Antiguo Testamento, donde aparece con diferentes significados en varias ocasiones, como describen Juan Mateos y Fernando Camacho (“Evangelio, figuras y símbolos”).También en Mc 6,56 o Mt 14,36, los enfermos rogaban a Jesús “que les dejase tocar al menos la orla de su manto”.
El encuentro es muy corto en Mateo, Jesús se volvió y, al verla, le habla. En Marcos, es la mujer quien se acerca para contarle la verdad. Lucas detalla una confesión ante el pueblo. En las palabras finales de Jesús, no es el manto el que realiza la curación: los tres evangelistas desvelan el misterio: «¡Hija!, tu fe te ha salvado».