LOS SACERDOTES ABREN SU VENTANA:

Mística de “ojos abiertos”

Al contemplar los últimos momentos de la pasión de Jesús, encontramos una sorprendente confesión de un no judío:  realmente este hombre era hijo de Dios (Marcos 15, 38)

Para nosotros, ¿Sorprendente? ¿Innecesaria? Nosotros ya lo sabemos, lo hemos sabido desde pequeños: Cristo es Dios, nuestro Salvador, el que hace milagros, con unas estatuas más milagrosas que otras, con unos santuarios apropiados para confesarse, incluso para ver apariciones…y algunos llegan – llegamos – a descubrir, ya más profundamente, que era un líder, un revolucionario, un rebelde…

Jesús, ya metidos a rastrear el evangelio, abrió los ojos a muchos ciegos. ¿No será que para Él abrir los ojos es importante, imprescindible, esencial?

“No hace falta, la cirugía moderna está avanzando espectacularmente:  la ciencia, la política, la ciudad democrática, la filosofía nos han abierto la vista…” nos defendemos.

Y sin embargo, Jesús sigue curando la ceguera y abre los ojos hacia una “mística de los ojos abiertos”. Este milagro se produjo en el centurión que vigilaba, por orden superior, la crucifixión de aquellos tres desgraciados.

¿Qué había visto el centurión? Estaba cumpliendo su deber, para eso le pagaban. Y sin embargo, como dice en otra ocasión san Juan, vio y creyó. Este hombre pagano se le  adelantó en la fe.

Había oído a Jesús en su programa: “ el reino de Dios está cerca, el tiempo se ha cumplido. Convertíos y creed en el evangelio” (Marcos 1,14) y sabía que Él lo había cumplido, personificado, defendido. Su vida era coherente con lo que decía, era libre ante todas las presiones, había fracasado en muchas ocasiones, había curado, sanado, defendido. No se había aprovechado de su valía. Nunca le importó el “qué dirán”. Se Había enfrentado valientemente contra la hipocresía de las clases altas religiosas, había defendido la pureza ante Dios y lo había acercado a los pobres, los pecadores…¿qué voy a decir que no lo sepamos ya?

El remate fue la muerte asombrosa de Jesús, humilde, pisoteado, humillado…en vez de verle rebelde, insultante o quejoso, hizo valer una categoría especial de persona. ¿Nada más? No: algo más, mucho más…HIJO DE DIOS. No dijo Dios pues eso estaba fuera de las categorías de su tiempo. Pero el fogonazo de luz fue muy cercano: Jesús había muerto por practicar , defender y proclamar el Reino de Dios.

Cuando nosotros sabemos las características de ese reino vivido, nos asombramos…creemos…y seguimos con enorme confianza a Jesús.. ¿Quién es capaz de vivir como Él, incluso en la tremenda muerte,  la paz, el amor, la integridad, la libertad y la verdad? Eso es lo que vio el centurión…y creyó.. El grito de Jesús último, antes de morir, fue un grito de liberación y de victoria. Rota la humanidad, entra en la divinidad.

Leonardo Molina S.J.

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